El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío.

miércoles, 6 de enero de 2016

De magia y otros milagros



Mira, apenas he dormido después de una eternidad
anhelando lo que traería la magia esta mañana
como una niña, como la niña
buscando por todos los rincones de la casa
ese deseo, esa sorpresa, a ti que jamás llegas

Escucha, abrí los ojos y no estaban los presentes
ni, lo que es peor, la sombra muda de tu cuerpo
como un niña, como la niña
impaciente descorro las cortinas y desde un cielo
hielo azulete la luna guasona sonreía

Sonríe tú, no importa ya que el infinito se nos acabe
ni que agonice la promesa que reparte la magia
como una niña, como la niña
seguiré escarbando detrás de relojes rezagados
y marcos con polvorientas fotos amarillas

Toca, ya sé que son las tantas pero la piel chispea aún
para tus dedos y llora el rocío que acallará tu sed
como una niña, como la niña
juego a inventarte y besar tu boca cada madrugada
a ti, que fuiste todo para mí, excepto mío


viernes, 1 de enero de 2016

Reset a la esperanza


Viernes 1 de enero de 2016 y ya estamos en un nuevo ciclo después de haber reseteado nuestra esperanza dándole una nueva oportunidad más. Otro año que empieza con la pueril ingenuidad de que cerramos una puerta dejando atrás los sufrimientos, pérdidas o decepciones que pasamos durante los doce meses anteriores, y abriendo una nueva cancela tras la cual nos saldrá al encuentro eso que llevamos esperando pacientemente toda la vida.

Si, si, si… nos decimos que será durante este año cuando llegará por fin la oportunidad de hacer realidad ese sueño de trabajo, de amor, de paz, de libertad o simplemente de poder pagar los recibos y vivir con dignidad. Hay sueños que no deberían ser sueños, pero para mucha gente lo son. Un plato de comida, un sueño. Un techo, un sueño. No ser violentado, un sueño. Un medicamento, un sueño. Un abrazo sincero, un sueño. No ver llorar a tus hijos, un sueño. Así es este mundo en el que anoche voceamos la palabra “feliz” tantas veces como si no hubiese un mañana, obviando que para la mayor parte de la humanidad de sus sueños dependen sus vidas y que la felicidad no es más que un lujo en el que ni se atreven a pensar.

¿Qué es la felicidad? Creo que lo que más se acerca a la definición de felicidad es disfrutar de equilibrio, calma, seguridad, libertad, afecto y, por supuesto, tener las necesidades básicas vitales cubiertas. Y claro que yo también deseé felicidad a todos. Como un loro entre muchos más repetí hasta el aburrimiento el manido Feliz Año Nuevo, porque me salió del corazón y porque de verdad es lo que deseo a todo el mundo, aunque para todos la palabra no tenga el mismo significado pues no todo el mundo tiene la misma situación ni la misma suerte.

Viernes con traje de domingo y ya está aquí el naciente año cargado de nuevas esperanzas aunque en el fondo sospechamos que no, creo que sabemos que lo único que pasa a la par que las hojas del calendario es el tiempo implacable y, por ley de vida, cada vez estamos más viejos, más solos y más cansados, pero no hay nada como la anestesia del autoengaño y por eso igualmente seguimos poniendo en práctica esos rituales que alborotan el mundo entero con fiestas, buenos deseos, bolas que caen, uvas, campanadas, besos, banquetes, bailes, borracheras…todo adornado con el rojo del amor, el verde de la esperanza y el dorado del dinero.

Bueno, yo no los sigo, los rituales digo. Después de desear felicidad a raudales a familia y amigos, desconecté internet y móvil, cené algo igual que cualquier noche y me tumbé en la cama con una copa de vino y una película. No tomé uvas, pero me troceé 12 taquitos de piña que me comí a las 11 de la noche porque me apetecía con el vino (las uvas me las bebí). Creo que no llegué a las campanadas -que no hubiese visto porque no tengo televisión-, la película era un tostón y me quedé frita.

Y ahora me preguntan que si no me entristece pasar sola una noche así. ¿Una noche cómo? No me entristece, hago justo lo que quiero y, por elección propia, paso sola las noches desde hace años. Además estoy lo bastante crecidita para haber tenido nocheviejas de todo tipo, desde la primera a los 14 años que me sentó como el culo el champan y acabé llorando en una esquina porque el chico al que yo quería ni me miraba hasta otras que ni recuerdo -y mejor que ni las recuerde porque creo que aún me avergonzarían 30 años después-, pasando por algunas felices en USA o Roma, otras deprimida y enferma, algunas divertidas, otras desesperada. De todo, como en la vida de cualquier vida vivida. ¿La que mejor recuerdo? La de mis 20 años con mi hija, que nació unos días después, pateándome la panza con saña, impaciente por salir. Fue una noche dolorosa y triste (por causas ajenas a la niña) pero no me sentí sola. Ella estaba conmigo.

Por supuesto, mi hija voló hace mucho tiempo dejándome una cicatriz de amor en el vientre y en el alma, como es de justicia que sea, y anoche, igual que hace tantas noches, la pasé con Nero, mi peludo y fiel compañero. Esta mañana, poco después del amanecer, hemos hecho lo que más disfruto de este primer día del año, salir a caminar por las calles vacías de gente y coches y saborear esa sensación de que el mundo, silencioso, limpio y despertando por primera vez, te pertenece y te permite regocijarte en esa libertad que sólo da la soledad más absoluta.

El sol radiante, aún bajo, se reflejaba en la blanca casa encalada del final
del paseo como si la incendiase, purificándola. He mirado fijamente la luz dorada desafiándola, que me ha cegado sí, pero también me ha acariciado cálidamente el rostro y me ha encendido el corazón. Por cosas así, y en contra de todo lo que me dice el sentido común, hoy me pregunto ¿será este año finalmente en el que mi sueño se hará realidad? Y seguiré caminando por si acaso me sale al encuentro. ¡Qué le vamos a hacer! Yo, infectada desde el día de mi nacimiento con la enfermedad del soñador, creo en los milagros y creo en la magia. Y creo en ti y en mí. En nosotros.



Robert Doisneau: The Lodgers, 1962